Tecnochoreos y pseudoseguridades

Nuevas tecnologías generan nuevas formas de delito.

tecnochoreo, hacer y combatir

Un motochorro es un gran oportunista. Entiende perfectamente una situación y anticipa vías de escape. Un experto en el terreno. Un conocedor de la calle que te deja mil trámites pendientes, menos dinero, y casi siempre sin el celular. A veces se lleva vidas.

Sin entrar en delitos ridículamente autojustificados por ideas, cada acción criminal requiere algún tipo de premeditación y de diseño de medios para ejercerlo. Es una técnica.

Hay técnicas violentas y otras más amables, aunque igualmente delictivas, como el cuento del tío.

Era previsible que si inventamos un terreno nuevo, existan los malandras del entorno tecnológico.

Tecnochoreo no es un término que venga de la academia, pero vale para describir nuevos delitos que no podrían existir sin las tecnologías que tenemos.

El robo de identidad es un clásico, como lo fue el robo de datos de tarjetas de crédito desde que existen. 

El acceso y distribución de información clasificada se puede tipificar como delito, y sino veamos en qué anda Julian Assange.

Modificar asientos contables bancarios puede enriquecer a algún cracker (no hacker), o pedir dinero por devolverte tus datos sin liberar fotos comprometedoras.

El movimiento de fondos es una de las cuestiones más difíciles para los delitos complejos como el narcotráfico, aunque no les va tan mal, considerando que crecen más que cualquier economía.

Como hemos delegado la seguridad en el Estado, no hay más remedio que trabaje con el mismo tipo de perfil tecnológico.

Así, expertos informáticos estatales luchan con expertos informáticos delincuentes de mil maneras que no vemos. Y varios de los estatales tienen un rico pasado en el otro bando.

Voy a obviar el chiste fácil sobre qué bando está ocupando el estado.

La superioridad tecnológica de uno por sobre otro es uno de los factores de éxito para cumplir los objetivos. Entonces la carrera de la imaginación frondosa que tiene todo buen delincuente, siempre viene seguida del aprendizaje y la inversión de quienes deben controlarlos.

Pero también hay tecnologías de aquel terreno, que se aplican en este.

Los tótems con display en los edificios son apenas una muestra. Las ciudades están inundadas de cámaras, y en algunos puntos son capaces de reconocer la identidad de las personas a través de datos biométricos.

Todos preferimos ciudades más seguras, aunque el esquema de seguridad puede también atentar contra nuestra seguridad, cuando hay datos digitales que por más promesas de borrado seguro existan, pueden copiarse, y ser utilizados por alguien para delinquir, o para que fuerzas de seguridad trasnochadas los exploten para ir contra ciudadanos.

privacidad… otro episodio. 

El delito tecnológico que se libra en un territorio que no vemos es una nueva forma de guerra, en la que se desarrolla el nuevo espionaje y los nuevos modos de atentado, por ejemplo, a sistemas de distribución de energía. Es cierto que a veces es suficiente con un tecito.

En el territorio que vemos tenemos ejemplos como el monitoreo, drones espías, o los robots asesinos para conflictos armados que utilizan inteligencia artificial para decidir a quién tirar.

Lo interesante es cómo una tecnología es transversal en ambos lados del asunto, y cómo su escala nos pone en peligro de formas novedosas.

Aunque… todavía no hayamos aprendido que buena parte de lo que compramos como seguridad, es inseguro, con toda seguridad.

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