Smart cities, algo más que amenities solucionistas

La tecnología en el ambiente urbano no es solamente un conjunto de facilidades. Según como entendamos a la tecnología de lo público, pensaremos distinto a las ciudades inteligentes.

“Estamos creando un mundo en el que todos pueden entrar, sin privilegios o prejuicios debidos a la raza, el poder económico, la fuerza militar, o el lugar de nacimiento. Estamos creando un mundo donde cualquiera, en cualquier sitio, puede expresar sus creencias, sin importar lo singulares que sean, sin miedo a ser coaccionado al silencio o al conformismo.

Vuestros conceptos legales sobre propiedad, expresión, identidad, movimiento y contexto no se aplican a nosotros. Se basan en la materia.

Aquí no hay materia. Nuestras identidades no tienen cuerpo, así que, a diferencia de vosotros, no podemos obtener orden por coacción física.”

Hace 24 años, se escribió esta declaración de independencia del ciberespacio.

Hace 25 años cualquiera tiene acceso a Internet en Argentina (antes, solo los científicos).

La idea de que “lo online” es un mundo aparte es muy sugerente, y hasta podría tener sentido. Volveremos con esto en otros episodios.

Hoy vemos que “lo online” está cada vez más atado al territorio. Waze y Maps saben dónde queda tu casa, tu Story en Instagram puede estar etiquetado en el lugar de la foto, y cada foto de tu celular tiene información de las coordenadas donde fue tomada.

En tecnologías públicas… lo mismo. Cuando se comienzan a explotar las relaciones entre el entorno territorial y el online, una de las ideas fuertes es la transformación de nuestra vida urbana.

La relación entre el mundo online y offline se volvió porosa, y es difícil delimitarlas fácilmente (de ahí el concepto de on-life)

Internet de las cosas, inteligencia artificial y big data son ejemplos de la informacionalización que influye en nuestras prácticas culturales, relaciones sociales, participación política y diversas actividades económicas.

En una década, desarrollamos tecnologías muy poderosas para generar, extraer y analizar datos que dejamos en la red (voluntaria e involuntariamente).

También inventamos la etiqueta de “ciudad inteligente” o “smart city” pegada al desarrollo de soluciones tecnológicas que proporcionan muchas empresas, para ser aplicadas a la vida urbana.

Y una solución necesita un problema. Y problemas sobran, dada la complejidad social y territorial de las ciudades. Por eso, las propuestas resultan atractivas.

No solo para los gobernantes, sino para todos los actores con interés en los estudios urbanos. Municipios, medios, empresas y también áreas de investigación que masticaron el tema para presentar estudios, informes y rankings. Entre ferias y congresos, la ciudad inteligente se instaló como concepto con ecos legitimadores como los del BID y la ONU.

Y si la ciudad no implementa soluciones tecnológicas, ¿se vuelve tonta?

Pareciera que no, tal vez la traducción de “smart” sea más parecida a “piola” que a “inteligente” Pero la ciudad es una construcción que no es independiente de las formas de ver el mundo, que también enmarcan distintas formas de ver a la tecnología.

El fan del dato

Sería incorporar TIC para obtener enormes masas de datos que permitirían mejorar la eficiencia en la gestión en áreas como movilidad, seguridad o contaminación. No importa quién define el problema, ni la orientación de las tecnologías. Lo que importa es que haya más tecnología. Es una mirada determinista.

El fan de la mano negra

Las ciudades inteligentes se inventaron como forma de dominio social y de apropiación de recursos públicos por parte de privados. Los problemas son claros: manipulación, vigilancia y control social. Aunque privados y estados podrían hacerlo por igual. Es una mirada radicalmente crítica.

El fan del acuerdo

Si bien existen los problemas y los riesgos sobre el uso de los datos, es posible pensar en  tecnologías para la coordinación, más que para el control y la prescripción. En este caso, los ciudadanos están involucrados en algo más que en ser simples usuarios, incluso en el diseño. Es una mirada que entiende la distribución de los beneficios, y también la distribución de los riesgos.

Porque lo que pasa en una ciudad es un emergente de lo que hacemos los ciudadanos. Los representantes que se van, dejan tecnologías que quedan. No pueden decidir solos. Además, ¿por qué compraría una solución para un problema que no tengo?

Eso es el solucionismo (lo que tenemos que evitar, para que no se hagan los piolas)

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